domingo, 17 de enero de 2010

Ema, fines de carnaval, campánulas en las sienes (Parte 19)


Fines del carnaval.
Despedida de mascaritas
y compases de murga.
La comitiva del circo decidió
que ya era hora de partir.
Nos despedimos del domador
en el patio de la casa de Ema,
ella y Faustina vestían de celeste,
Acuario les hacía guiños desde las pestañas
hasta las zapatillas blancas.
Ema propuso ese color, muy efectivo,
para atenuar el azul petróleo de las despedidas.
Paso la mano en la que llevaba los anillos
muy suavemente sobre las macetas de malvones,
y de todas comenzaron a brotar flores rojas y blancas.
Nos miró después, divertida, con una mariposa rosada
Escapándole de la cintura:
- Así está mejor- con la otra mano secó una lágrima de Faustina
y en la mejilla le quedó dibujado un sol.
- El Francés te mostró una parte del mundo,
de la que vas a poder escribir- dijo con una sonrisa de bruja consejera-
El hombre que se sienta a tu mesa, que duerme en tu cama,
sostiene tu mundo y te prepara el papel y la pluma,
además... te ceba mates con miel.
Esto último lo agregó dándole a sus palabras
Un tono determinante y dulce a la vez.
Pasando una mano por el cabello de Faustina,
dejó sobre sus sienes campánulas rojas,
brillantes y volátiles.
El domador y la niña golondrina
doblaron en la esquina de la plaza
y ya no los volvimos a ver.

jueves, 14 de enero de 2010

Ema entre remolinos verdiazules (Parte 18)


Una vez dentro de la tienda de sombreros,
Nos llegó el tranquilizante sonido
De una pava hirviendo.
La señora de la casa nos saludó a las dos
Con un beso afectuoso.
Ema, con dedos temblorosos,
Se probó tres sombreros,
Como si a eso hubiésemos ido.
-¿te gusta el verde? Te lo regalo,
dijo la señora extendiendo sus brazos,
desplegando un perfume a madreselvas.
- Muchas gracias por llevar a Mr Cook
de vuelta conmigo. Extrañaba a ese gato imposible.
- Si pudiera yo devolverte a alguien mas... me moriría tranquila.
Ema tocó su mejilla, le pasó el dedo índice
Por los párpados que la señora entornaba.
Vi con asombro saltar por sus cejas
Un montón de jirafitas de colores,
Que desaparecían en sus sienes.
Los ojos de Ema, encendidos,
Decían mas que su voz.
- Ema, querida Ema , extraño los ojos marinos de mi hijo.
Ema la abrazó, de entre ellas brotaron
Pequeños hipocampos dorados.
Se soltaron, Ema extendió la mano derecha,
Tenía en ella unas gafas de leer muy pequeñas.
- Los ojos de Tomás...señora... se los cambio por mis cinco jirafas...
Se produjo un largo silencio,
La pava chillaba en la cocina,
La señora clavó sus ojos oscuros en Ema,
Y por la ventana abierta,
Penetraron remolinos verdiazules,
Procuradores de lágrimas.
Lloramos las tres... horas infinitas.